Se
rompe la monotonía
Durante la semana siguiente Juliette aún permanece en New
York. En su programa debe cumplir varios compromisos de la agencia, desfiles y
alguna sesión fotográfica. Poder estar al lado de Rebecca es atrayente para
ella, considera que, aunque en tiempos
compartieron algo más que amistad, es la mejor amiga que ha tenido en la vida.
Todas las tardes salen juntas a divertirse, y a fe que lo consiguen. Sin
embargo, al llegar a casa, Rebecca recobra la nostalgia frente a una fotografía de
Marlene y ella juntas haciendo risas en la piscina de “No Limits”.
Camino de la primavera los días se
van haciendo cada vez más largos, eternos cuando está en esa soledad emocional,
lejos del amor de su vida. No sabe dónde está, donde habita, si la echa de
menos igual que lo hace ella, o sencillamente, la ha olvidado. ¡Se desespera! Acaricia y juguetea con la piedrecita, engarzada en la cadena que cuelga de su cuello, se la regaló Marlene aquel día en el
lago del Barno. Ese acto instintivo de tener el engarce entre sus dedos es
constante cuando piensa en Marlene. Para ella es la alianza de un compromiso de
fidelidad. El día que Marlene se la entregó había citado a Rebecca en el lago
con algo de misterio. Esperaba de pie sobre el agua rodeada de guirnaldas de
flores mientras una ligera brisa movía el oro de sus cabellos. Rebecca rememora en el pensamiento aquel
día maravilloso. “Caminaba hacia ti
atraída por tu sonrisa y la felicidad dibujada en tu rostro. ¡Estabas preciosa!”
En aquellos momentos Rebecca y Marlene vivían su romance en secreto. Un romance
intenso lleno de ilusión y romanticismo. Comenzaban los encuentros
clandestinos. Encuentros ocultos, a escondidas de la familia, sobre todo de
Tristán el hermano de Rebecca. Marlene lo había dejado
plantado en el altar. “Yo estaba loca por
ti y tú me amabas, tu mirada lo decía todo, querías gritarlo al mundo. Que
explotásemos de amor. Creaste ese instante mágico con tu alegría y tu
declaración cariñosa. Fueron momentos muy
especiales para recordar en tiempos difíciles.
¡Ése fue uno de ellos! Recuerdo que me pusiste el colgante en el cuello,
tú habías hecho lo mismo. Nos dijimos un “Te quiero”, nos besamos y sonó música.
Leoni nos cantaba desde la orilla en el momento más romántico de nuestra vida
que recuerdo. Fue una preciosa sorpresa, deseé que el tiempo se detuviera, que
aquel instante de magia no acabara nunca. Solas tú y yo, el sol, el agua y la
música.” Rebecca anota en su diario las sensaciones y los pensamientos de
cada jornada, como éste. Desde que llegó a New York le escribe cartas. Cartas
encendidas de amor, que nunca envía, en ellas vuelca su corazón con la
esperanza de que llegue ese instante que puedan vivir de nuevo ese amor tan
apasionado. Vuelve a recordar las veces que quiso traerla desde Alemania sin
conseguirlo. Era y es el lugar perfecto para realizar sus sueños de gran
modista junto a ella. Ahora solo tiene
la mitad de lo deseado.
Estos días en compañía de Juliette
se acabarán pronto, cuando ella regrese a San Francisco. Entonces volverá
aparecer la monótona jornada de cada día.
El éxito revitaliza su ánimo, hace
que se dedique a ello de forma intensa y constante, en la mejoría de sus
cualidades en el diseño. Esa es la disculpa. En realidad, trabaja innumerables
horas al día para ocultarse de sí misma y su melancolía. Su amiga la saca de la
tienda, a veces a regañadientes, con gran enfado por su parte. El dejar algo a
medias le crispa los nervios y responde con esa violencia verbal, propia de los
Lahnstein, algo que los caracteriza. Después pide disculpas, reconoce lo errado
de su comportamiento y se deja llevar.
La tarde se presenta algo desapacible.
Ha terminado pronto en la tienda y regresa a casa. No le apetece nada quedarse
a solas con su tristeza esperando que su amiga de señales de vida. Juliette
tiene un último desfile de moda durante la tarde, al día siguiente regresará a California. Rebecca
se apresta con un atuendo de abrigo, un
impermeable plegado en el bolsillo por si llueve y sale a pasear sola en esta
tarde de primavera. Vagar por el parque es lo más entretenido que se le ocurre,
necesita aire después de estar encerrada desde la mañana. A veces se para a observar a la gente. Niños corriendo detrás de
un balón. Parejas de enamorados en los bancos mirándose con ternura o dándose
un tierno beso. Matrimonios mayores paseando, deportistas remando en el lago. A
veces se imagina a Marlene y ella misma cogidas de la mano paseando felices por
Central Park en este atardecer de del
mes de Mayo.
La temperatura es algo fría y
amenaza lluvia. No hay mucho ambiente en el parque. Camina por una vereda entre
arbustos que da a la explanada de Sheep Meadow. Otea toda la extensión de
hierba. No hay mucha gente pero si se aprecia
movimiento. Camina por Frisbee Hill cuando, a distancia, cree reconocer
una mujer de melena rubia, cuerpo y la forma de caminar es muy parecida a
Marlene. Avanza alejándose en solitario de espaldas a ella por el camino que
conduce a la salida de la calle sesenta y siete oeste. “¡Esa forma de andar y esa figura! ¡No puede ser! ¡Es imposible! Es
otra persona que se le parece.” Se
lamenta de lo sola que se encuentra. “¿Por qué esta tortura? ¡Necesito tu cariño
Marlene! Estoy vacía sin ti.” Expresa en pensamientos esa nostalgia
mientras va dando patadas al suelo según camina de regreso a su hogar. Entra en
casa, se sienta, abre el diario y
comienza a escribir. “¡Qué difícil es el
amor! Las personas no estamos preparadas para contratiempos
emocionales, que pueden y deben suceder cuando estás enamorada. Nunca voy a
amar a nadie como te amo Marlene y creo que será para toda mi vida. Pero las
cosas cambian y la vida sigue. Las dos tenemos que mirar hacia adelante. ¿Dónde
estás amor mío? Todo este tiempo sin tu compañía estoy triste, apenada por tu
lejanía y sumida en la más pura desolación. Te prometí cosas que luego no cumplí,
te abandoné porque daba por sentada nuestra relación y nos fuimos alejando. Y
ahora me arrepiento.”
Para despedir a Juliette, Rebecca
ha reservado mesa en el Club A Steakhause, situado en la calle cincuenta y
ocho, en pleno centro de Manhattan, antes de que emprenda vuelo a California,
esa misma tarde. El local está a tope. Rebecca
y Juliette se acomodan en una mesa individual del piso superior frente a la
escalera. A un lado y otro se extiende el comedor. La decoración es excitante,
toda en distintos matices. El respaldo de los sillones estampados en rojo,
suelo, paredes y techo todo en el mismo color. Las mesas negro bengue, las
sillas tapizadas en estampado de color crema y las lámparas profusamente
decoradas. Por el color de la decoración a Rebecca le recuerda algo a “No
Limits” y en parte a Schneiders, también decorados en rojo intenso, pero con
diferentes estilos. Frecuenta este restaurante cuando tiene algún compromiso en
sus negocios. A veces viene a cenar ella sola y en este ambiente tan familiar
recuerda los buenos ratos que pasó con Marlene en Düsseldorf.
Se sientan en una única mesita
redonda y acogedora, que permite la cercanía entre ellas, está frente a la
escalera y que sirve de separación entre los dos comedores. De alguna forma les
parece el lugar más íntimo del local. Detrás de Rebecca está la sala del piano.
Frente a él dos sofás de rinconera tapizados en estampado rojo encendido, con
sendas mesas redondas. Hay instalados en
ellos dos grupos de comensales. No se les puede ver por estar ocultos tras unas
plantas sobre una jardinera. Pero se aprecia el bullicio de las conversaciones.
Rebecca siente una sensación rara, un hormiguillo en el estómago. Marlene está
en su cabeza y muchas veces tiene esa sensación, pero cuando se encuentra sola,
rara vez percibe ésta emoción en lugares públicos.
Durante la comida a ratos se pierde
en la charla con su amiga. Juliette se da cuenta y llama su atención. – ¡Hey! ¡Tierra llamando a Rebecca!-
Nota que, del último párrafo, no ha oído nada al advertir la mirada alejada y
no dar respuesta ante una pregunta simple. -
¿Estas presente o ausente?- Rebecca algo nerviosa le pide disculpas, en
este “no oír nada” estaba con la mente en la Orangerie, en su cama recibiendo
las caricias y los besos de Marlene. Esboza esa sonrisa inocente que genera el
recuerdo. – Apostaría que sé en quien
estas pensando.- Rebecca se incomoda.-
¿Es que tienes que estar en mi cabeza? Ya me he disculpado. Y lo que piense es
cosa mía.-
Vuelven a conversar con normalidad mientras comen. La modelo, no quiere irse de vacío. Busca una forma de atraer a Rebecca y vuelve a retomar el tema de su relación con ella. Rebecca se impacienta, le responde que no. Que no está libre. – Pertenezco a otra persona. ¡Lo siento! Es una locura, lo sé. Pero la añoro. No puedo vivir sin pensar en ella. ¡No puedo estar con nadie! Sería engañarte. ¡Entiéndelo! - Juliette pide la cuenta. Recapacita un momento. – No dejaré de intentarlo mientras pueda. Conoces mis sentimientos. No abandonaré con facilidad, yo también te quiero y creo que te necesito. Esperaré lo que sea necesario.- Juliette parece mostrarse convincente. Rebecca saca su pronto Lahnstein y levantando la voz le espeta. - ¡Maldita sea! ¿Cómo te lo puedo decir para que te convenzas?- En ese momento se oye una voz a su espalda que la nombra. -¿Rebecca?- Se le encoge el corazón, es la voz de Marlene. La hubiera reconocido aunque fuese entre miles. -¡No puede ser!- Lentamente gira la cabeza hacia atrás y el rostro se le ilumina al ver allí de pié frente a ella una silueta de pié a sus espaldas, la figura de Marlene, que también sonríe. El cabello rubio de su melena brilla espectacular con la luz que entra tras de sí, y la mirada inconfundible. Rebecca se frota los ojos.- ¿Eres tú?- Pregunta incrédula. - ¡Si soy yo!- Rápidamente se levanta y la abraza con fuerza, ella le corresponde. Con los ojos cerrados para contener las lágrimas, permanecen unidas unos instantes. Juliette está pasmada, paralizada en la silla. Sin pensarlo dos veces, recoge el bolsillo y, sin despedirse y gesto enfadado, sale del restaurante escaleras abajo, perdiéndose entre el bullicio de la calle. Para Rebecca ha desaparecido unos segundos antes, en el momento de ver a Marlene. - ¡Amor mío!- Suena el susurro de Rebecca al oído de Marlene que se turba un instante. Se miran sin decir nada, de pié abrazadas, la rubia de ojos azules rompe el silencio con lágrimas en los ojos. - ¡Que sorpresa! ¿Cómo estás? Y ¿Qué haces aquí? – Rebecca no escucha, solo mira el rostro de Marlene que ha cogido el suyo entre las manos. Duda un instante y entre sollozos. – ¡Pensarás que soy una tonta! Es que, he esperado este momento con tanta ansiedad que estoy muy emocionada.- Le dice nerviosa. - ¡Yo también! Te he echado mucho de menos.- También se le entrecorta la voz. - ¡Y yo a ti! ¡Amor mio! ¡Y yo a ti! –
Vuelven a conversar con normalidad mientras comen. La modelo, no quiere irse de vacío. Busca una forma de atraer a Rebecca y vuelve a retomar el tema de su relación con ella. Rebecca se impacienta, le responde que no. Que no está libre. – Pertenezco a otra persona. ¡Lo siento! Es una locura, lo sé. Pero la añoro. No puedo vivir sin pensar en ella. ¡No puedo estar con nadie! Sería engañarte. ¡Entiéndelo! - Juliette pide la cuenta. Recapacita un momento. – No dejaré de intentarlo mientras pueda. Conoces mis sentimientos. No abandonaré con facilidad, yo también te quiero y creo que te necesito. Esperaré lo que sea necesario.- Juliette parece mostrarse convincente. Rebecca saca su pronto Lahnstein y levantando la voz le espeta. - ¡Maldita sea! ¿Cómo te lo puedo decir para que te convenzas?- En ese momento se oye una voz a su espalda que la nombra. -¿Rebecca?- Se le encoge el corazón, es la voz de Marlene. La hubiera reconocido aunque fuese entre miles. -¡No puede ser!- Lentamente gira la cabeza hacia atrás y el rostro se le ilumina al ver allí de pié frente a ella una silueta de pié a sus espaldas, la figura de Marlene, que también sonríe. El cabello rubio de su melena brilla espectacular con la luz que entra tras de sí, y la mirada inconfundible. Rebecca se frota los ojos.- ¿Eres tú?- Pregunta incrédula. - ¡Si soy yo!- Rápidamente se levanta y la abraza con fuerza, ella le corresponde. Con los ojos cerrados para contener las lágrimas, permanecen unidas unos instantes. Juliette está pasmada, paralizada en la silla. Sin pensarlo dos veces, recoge el bolsillo y, sin despedirse y gesto enfadado, sale del restaurante escaleras abajo, perdiéndose entre el bullicio de la calle. Para Rebecca ha desaparecido unos segundos antes, en el momento de ver a Marlene. - ¡Amor mío!- Suena el susurro de Rebecca al oído de Marlene que se turba un instante. Se miran sin decir nada, de pié abrazadas, la rubia de ojos azules rompe el silencio con lágrimas en los ojos. - ¡Que sorpresa! ¿Cómo estás? Y ¿Qué haces aquí? – Rebecca no escucha, solo mira el rostro de Marlene que ha cogido el suyo entre las manos. Duda un instante y entre sollozos. – ¡Pensarás que soy una tonta! Es que, he esperado este momento con tanta ansiedad que estoy muy emocionada.- Le dice nerviosa. - ¡Yo también! Te he echado mucho de menos.- También se le entrecorta la voz. - ¡Y yo a ti! ¡Amor mio! ¡Y yo a ti! –
El mundo ha dejado de existir para
ellas. Se miran, se acarician. – Rebecca,
tengo tanto que contarte. – Marlene está exultante y feliz. Rebecca no
quiere separarse. La aferra contra sí con miedo, teme que vuelva a huir y no
está dispuesta a permitirlo. Este encuentro, tan sorpresivo después de tanto
tiempo, ha conseguido descolocarlas emocionalmente. Ninguna quiere alejarse de la
otra. - ¿Me disculpas?- Marlene se
dirige a sus acompañantes y se despide sin ceremonias. Se sienta en la mesa al
lado de Rebecca, ocupando el asiento dejado por Juliette. Cogidas las manos
sobre el mantel no cesan las miradas de cariño. Rebecca siente recuperada la
sensación de alegría de vivir junto a ella. –
¡Te debo tanto amor! – Le dice a Marlene.
– Nos lo debemos. ¿Por dónde empezamos?-
Durante un buen rato hablan, pero poco, solo sienten sus emociones. La alegría
recuperada bloquea los pensamientos. Se besan con la mirada y hablan con frases
entrecortadas por la impresión del momento. Las miradas lo dicen todo, un
estado de drogadicción difícil de descoser del alma.
-
¿Tienes algo que hacer ahora?- Le pregunta Rebecca. - ¡Estar contigo! Todo lo que tenía previsto ya no es importante.- Marlene
todavía sigue bloqueada. Aún no se recupera de la excitación. – ¿Vamos
a mi casa?- Dice Rebecca. Marlene asiente. Salen del local cogidas de la
mano, corren acera arriba pidiendo un taxi.
YA comienzan las locuras por amor de estas dos pero me encantan
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