Una separación necesaria

Una separación necesaria

martes, 2 de octubre de 2018

4ª Entrega


Se rompe la monotonía



Durante la  semana siguiente Juliette aún permanece en New York. En su programa debe cumplir varios compromisos de la agencia, desfiles y alguna sesión fotográfica. Poder estar al lado de Rebecca es atrayente para ella, considera que, aunque  en tiempos compartieron algo más que amistad, es la mejor amiga que ha tenido en la vida. Todas las tardes salen juntas a divertirse, y a fe que lo consiguen. Sin embargo, al llegar a casa, Rebecca recobra la nostalgia frente a una fotografía de Marlene y ella juntas haciendo risas en la piscina de “No Limits”.

Camino de la primavera los días se van haciendo cada vez más largos, eternos cuando está en esa soledad emocional, lejos del amor de su vida. No sabe dónde está, donde habita, si la echa de menos igual que lo hace ella, o sencillamente, la ha olvidado. ¡Se desespera! Acaricia y juguetea con la  piedrecita, engarzada en la cadena que cuelga de su cuello, se la regaló Marlene aquel día en el lago del Barno. Ese acto instintivo de tener el engarce entre sus dedos es constante cuando piensa en Marlene. Para ella es la alianza de un compromiso de fidelidad. El día que Marlene se la entregó había citado a Rebecca en el lago con algo de misterio. Esperaba de pie sobre el agua rodeada de guirnaldas de flores mientras una ligera brisa movía el oro de sus  cabellos. Rebecca rememora en el pensamiento aquel día maravilloso. “Caminaba hacia ti atraída por tu sonrisa y la felicidad dibujada en tu rostro. ¡Estabas preciosa!” En aquellos momentos Rebecca y Marlene vivían su romance en secreto. Un romance intenso lleno de ilusión y romanticismo. Comenzaban los encuentros clandestinos. Encuentros ocultos, a escondidas de la familia, sobre todo de Tristán el hermano de Rebecca. Marlene lo había dejado plantado en el altar. “Yo estaba loca por ti y tú me amabas, tu mirada lo decía todo, querías gritarlo al mundo. Que explotásemos de amor. Creaste ese instante mágico con tu alegría y tu declaración cariñosa.  Fueron momentos muy especiales para recordar en tiempos difíciles.  ¡Ése fue uno de ellos! Recuerdo que me pusiste el colgante en el cuello, tú habías hecho lo mismo. Nos dijimos un “Te quiero”, nos besamos y sonó música. Leoni nos cantaba desde la orilla en el momento más romántico de nuestra vida que recuerdo. Fue una preciosa sorpresa, deseé que el tiempo se detuviera, que aquel instante de magia no acabara nunca. Solas tú y yo, el sol, el agua y la música.” Rebecca anota en su diario las sensaciones y los pensamientos de cada jornada, como éste. Desde que llegó a New York le escribe cartas. Cartas encendidas de amor, que nunca envía, en ellas vuelca su corazón con la esperanza de que llegue ese instante que puedan vivir de nuevo ese amor tan apasionado. Vuelve a recordar las veces que quiso traerla desde Alemania sin conseguirlo. Era y es el lugar perfecto para realizar sus sueños de gran modista junto a ella. Ahora  solo tiene la mitad de lo deseado.

Estos días en compañía de Juliette se acabarán pronto, cuando ella regrese a San Francisco. Entonces volverá aparecer la monótona jornada de cada día.
El éxito revitaliza su ánimo, hace que se dedique a ello de forma intensa y constante, en la mejoría de sus cualidades en el diseño. Esa es la disculpa. En realidad, trabaja innumerables horas al día para ocultarse de sí misma y su melancolía. Su amiga la saca de la tienda, a veces a regañadientes, con gran enfado por su parte. El dejar algo a medias le crispa los nervios y responde con esa violencia verbal, propia de los Lahnstein, algo que los caracteriza. Después pide disculpas, reconoce lo errado de su comportamiento y se deja llevar.

La tarde se presenta algo desapacible. Ha terminado pronto en la tienda y regresa a casa. No le apetece nada quedarse a solas con su tristeza esperando que su amiga de señales de vida. Juliette tiene un último desfile de moda durante la tarde,  al día siguiente regresará a California. Rebecca se apresta con un atuendo de abrigo,  un impermeable plegado en el bolsillo por si llueve y sale a pasear sola en esta tarde de primavera. Vagar por el parque es lo más entretenido que se le ocurre, necesita aire después de estar encerrada desde la mañana. A veces se para a  observar a la gente. Niños corriendo detrás de un balón. Parejas de enamorados en los bancos mirándose con ternura o dándose un tierno beso. Matrimonios mayores paseando, deportistas remando en el lago. A veces se imagina a Marlene y ella misma cogidas de la mano paseando felices por Central Park en este  atardecer de del mes de Mayo.
La temperatura es algo fría y amenaza lluvia. No hay mucho ambiente en el parque. Camina por una vereda entre arbustos que da a la explanada de Sheep Meadow. Otea toda la extensión de hierba. No hay mucha gente pero si se aprecia  movimiento. Camina por Frisbee Hill cuando, a distancia, cree reconocer una mujer de melena rubia, cuerpo y la forma de caminar es muy parecida a Marlene. Avanza alejándose en solitario de espaldas a ella por el camino que conduce a la salida de la calle sesenta y siete oeste. “¡Esa forma de andar y esa figura! ¡No puede ser! ¡Es imposible! Es otra persona que se le parece.”  Se lamenta de lo sola que se encuentra.  “¿Por qué esta tortura? ¡Necesito tu cariño Marlene! Estoy vacía sin ti.” Expresa en pensamientos esa nostalgia mientras va dando patadas al suelo según camina de regreso a su hogar. Entra en casa, se sienta,  abre el diario y comienza a escribir. “¡Qué difícil es el amor!  Las personas no estamos preparadas para contratiempos emocionales, que pueden y deben suceder cuando estás enamorada. Nunca voy a amar a nadie como te amo Marlene y creo que será para toda mi vida. Pero las cosas cambian y la vida sigue. Las dos tenemos que mirar hacia adelante. ¿Dónde estás amor mío? Todo este tiempo sin tu compañía estoy triste, apenada por tu lejanía y sumida en la más pura desolación. Te prometí cosas que luego no cumplí, te abandoné porque daba por sentada nuestra relación y nos fuimos alejando. Y ahora me arrepiento.” 

Para despedir a Juliette, Rebecca ha reservado mesa en el Club A Steakhause, situado en la calle cincuenta y ocho, en pleno centro de Manhattan, antes de que emprenda vuelo a California, esa misma tarde.  El local está a tope. Rebecca y Juliette se acomodan en una mesa individual del piso superior frente a la escalera. A un lado y otro se extiende el comedor. La decoración es excitante, toda en distintos matices. El respaldo de los sillones estampados en rojo, suelo, paredes y techo todo en el mismo color. Las mesas negro bengue, las sillas tapizadas en estampado de color crema y las lámparas profusamente decoradas. Por el color de la decoración a Rebecca le recuerda algo a “No Limits” y en parte a Schneiders, también decorados en rojo intenso, pero con diferentes estilos. Frecuenta este restaurante cuando tiene algún compromiso en sus negocios. A veces viene a cenar ella sola y en este ambiente tan familiar recuerda los buenos ratos que pasó con Marlene en Düsseldorf.
Se sientan en una única mesita redonda y acogedora, que permite la cercanía entre ellas, está frente a la escalera y que sirve de separación entre los dos comedores. De alguna forma les parece el lugar más íntimo del local. Detrás de Rebecca está la sala del piano. Frente a él dos sofás de rinconera tapizados en estampado rojo encendido, con sendas mesas redondas.  Hay instalados en ellos dos grupos de comensales. No se les puede ver por estar ocultos tras unas plantas sobre una jardinera. Pero se aprecia el bullicio de las conversaciones. Rebecca siente una sensación rara, un hormiguillo en el estómago. Marlene está en su cabeza y muchas veces tiene esa sensación, pero cuando se encuentra sola, rara vez percibe ésta emoción en lugares públicos.

Durante la comida a ratos se pierde en la charla con su amiga. Juliette se da cuenta y llama su atención. – ¡Hey! ¡Tierra llamando a Rebecca!- Nota que, del último párrafo, no ha oído nada al advertir la mirada alejada y no dar respuesta ante una pregunta simple. - ¿Estas presente o ausente?- Rebecca algo nerviosa le pide disculpas, en este “no oír nada” estaba con la mente en la Orangerie, en su cama recibiendo las caricias y los besos de Marlene. Esboza esa sonrisa inocente que genera el recuerdo. – Apostaría que sé en quien estas pensando.- Rebecca se incomoda.- ¿Es que tienes que estar en mi cabeza? Ya me he disculpado. Y lo que piense es cosa mía.-
Vuelven a conversar con normalidad mientras comen. La modelo, no quiere irse de vacío. Busca una forma de atraer a Rebecca y vuelve a retomar el tema de su relación con ella. Rebecca se impacienta, le responde que no. Que no está libre. – Pertenezco a otra persona. ¡Lo  siento! Es una locura, lo sé. Pero la añoro. No puedo vivir sin pensar en ella. ¡No puedo estar con nadie! Sería engañarte.  ¡Entiéndelo! - Juliette pide la cuenta. Recapacita un momento. – No dejaré de intentarlo mientras pueda. Conoces mis sentimientos. No abandonaré con facilidad, yo también te quiero y creo que te necesito. Esperaré lo que sea necesario.- Juliette parece mostrarse convincente. Rebecca saca su pronto Lahnstein y levantando la voz le espeta. - ¡Maldita sea! ¿Cómo te lo puedo decir para que te convenzas?- En ese momento se oye una voz a su espalda que la nombra. -¿Rebecca?- Se le encoge el corazón, es la voz de Marlene. La hubiera reconocido aunque fuese entre miles. -¡No puede ser!- Lentamente gira la cabeza hacia atrás y el rostro se le ilumina al ver allí de pié frente a ella una silueta de pié a sus espaldas, la figura de Marlene, que también sonríe. El cabello rubio de su melena brilla espectacular con la luz que entra  tras de sí, y la mirada inconfundible. Rebecca se frota los ojos.- ¿Eres tú?- Pregunta incrédula.  - ¡Si soy yo!- Rápidamente se levanta y la abraza con fuerza, ella le corresponde. Con los ojos cerrados para contener las lágrimas, permanecen unidas unos instantes. Juliette está pasmada, paralizada en la silla. Sin pensarlo dos veces, recoge el bolsillo y, sin despedirse y gesto enfadado, sale del restaurante escaleras abajo, perdiéndose entre el bullicio de la calle. Para Rebecca ha desaparecido unos segundos antes, en el momento de ver a Marlene. - ¡Amor mío!- Suena el susurro de Rebecca al oído de Marlene que se turba un instante. Se miran sin decir nada, de pié abrazadas, la rubia de ojos azules rompe el silencio con lágrimas en los ojos. - ¡Que sorpresa! ¿Cómo estás? Y ¿Qué haces aquí? – Rebecca no escucha, solo mira el rostro de Marlene que ha cogido el suyo entre las manos. Duda un instante y entre sollozos. – ¡Pensarás que soy una tonta! Es que, he esperado este momento con tanta ansiedad  que estoy muy emocionada.- Le dice nerviosa. - ¡Yo también! Te he echado mucho de menos.- También se le entrecorta la voz. - ¡Y yo a ti! ¡Amor mio! ¡Y yo a ti! –

El mundo ha dejado de existir para ellas. Se miran, se acarician. – Rebecca, tengo tanto que contarte. – Marlene está exultante y feliz. Rebecca no quiere separarse. La aferra contra sí con miedo, teme que vuelva a huir y no está dispuesta a permitirlo. Este encuentro, tan sorpresivo después de tanto tiempo, ha conseguido descolocarlas emocionalmente. Ninguna quiere alejarse de la otra. - ¿Me disculpas?- Marlene se dirige a sus acompañantes y se despide sin ceremonias. Se sienta en la mesa al lado de Rebecca, ocupando el asiento dejado por Juliette. Cogidas las manos sobre el mantel no cesan las miradas de cariño. Rebecca siente recuperada la sensación de alegría de vivir junto a ella. – ¡Te debo tanto amor! – Le dice a Marlene.  – Nos lo debemos. ¿Por dónde empezamos?- Durante un buen rato hablan, pero poco, solo sienten sus emociones. La alegría recuperada bloquea los pensamientos. Se besan con la mirada y hablan con frases entrecortadas por la impresión del momento. Las miradas lo dicen todo, un estado de drogadicción difícil de descoser del alma.
 - ¿Tienes algo que hacer ahora?- Le pregunta Rebecca. - ¡Estar contigo! Todo lo que tenía previsto ya no es importante.- Marlene todavía sigue bloqueada. Aún no se recupera de la excitación.  – ¿Vamos a mi casa?- Dice Rebecca. Marlene asiente. Salen del local cogidas de la mano, corren acera arriba pidiendo un taxi.














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